viernes, 17 de septiembre de 2010

Nuevo fondo

“Así son las emergencias en países institucionalmente débiles. Alborotan hormigueros a cual más, pero solo lo suficiente para recuperar el endeble equilibrio pre crisis.”

Muchos tenemos la sensación que Guatemala pasa por uno de sus momentos más bajos en la historia reciente. Tratando de ser objetivo no podría decir cuánto de tal percepción se amplifica por la integración de ciertos segmentos de la sociedad que tenemos la capacidad de discutir en tiempo real e inocularnos mutuamente opiniones, fuentes de información y estados de ánimo.

De cualquier manera, el impasse político, la inseguridad ciudadana y los eventos naturales nos mantienen a raya y en boca de los principales medios de comunicación mundial. Lo peor de todo es que cuando creímos por fin haber tocado fondo, ¡zángana!... pues fíjese que siempre no. Hace muy poco fue la primera tormenta tropical de la temporada que vino “acuachada” con la erupción de un volcán y hundimientos en pleno centro de la ciudad. Pusieron a todo mundo a correr como pollos sin cabeza. Y no había terminado de asentar el polvo cuando aparece un invierno record.

Francamente somos como de libro de texto. Guatemala parece caso de estudio de un libro que salió al mercado un libro titulado “The Black Swan”, en alusión a aquellos fenómenos que tienen muy poca probabilidad de que ocurran, pero que cuando llegan a suceder tienen efectos profundos en las condiciones de vida de las personas. De verdad que la tentación de leer el momento por el que atraviesa el país como nuestro cisne negro es muy grande – y no me refiero solamente en lo climático –.

Pero más allá de ponernos a calcular probabilidades, lo más grave es que en su gran mayoría, todos son desastres para los que tenemos conciencia plena de lo que van a implicar y a quienes van a afectar más profundamente. Como dice una nota de la BBC al citar el último informe de evaluación global sobre la reducción del riesgo de desastres, publicado por Naciones Unidas y el Banco Mundial: “(…) las comunidades más vulnerables sufren una parte desproporcionada de las pérdidas. (…) Los hogares pobres también suelen tener una menor capacidad de respuesta puesto que carecen de capacidad para movilizar o acceder a los activos necesarios para paliar las pérdidas (…) y rara vez tiene cobertura mediante seguros o sistemas de protección social.”

A eso habría que sumar el natural aumento poblacional acompañado de ninguna o muy poca planificación urbana y territorial, generando asentamientos en zonas de mucha vulnerabilidad como son las laderas y riberas de ríos. Claro está que muchas veces no es por falta de visión de mediano plazo sino por una razón mucho más elemental: la urgente necesidad de tener un techo (¡de la calidad que sea!). Así es la pobreza que vive la mitad de nuestra gente.

En el mediano plazo los restos están a la vista: levantar fondos para reconstrucción de la infraestructura, mitigar daños en la producción agrícola y agroindustrial a fin de contener aumentos en desempleo y prepararnos para nuevas crisis de seguridad alimentaria. Todo suena como a agua mojada. Todas son recomendaciones que ya se conocen desde hace tiempo. Entonces la pregunta interpelante es ¿por qué demonios no podemos salirnos del libreto de crónica de una muerte anunciada?

Entre tanto, la gritería de nuestras elites y liderazgos sigue siendo la misma: que si tantos puentes rotos, que si tramos carreteros mal construidos, que si aldeas y caseríos incomunicados, que si insuficiencia de recursos para atender emergencia, que si el mejor mecanismo es el presupuesto o más deuda externa, que si mejor antes interpelamos a fulano o a mengano, que si esto ayuda a tal o cual candidato, que si la cúpula tal o la conferencia cual protestan pero no proponen. Así son las emergencias en países institucionalmente débiles. Alborotan hormigueros a cual más, pero solo lo suficiente para recuperar el endeble equilibrio pre crisis.

De la seguidilla de eventos críticos destila una única y triste conclusión: incomunicación generalizada en el país – física, institucional, política y social. Diálogo de sordos. Y así es muy difícil poner en pie nación alguna. No se escucha con claridad el mensaje de nuestros liderazgos, aún y cuando tenemos dos grandes oportunidades para convocar a la unidad nacional y enrumbar nuevamente a Guatemala: la reconstrucción y la lucha frontal contra el crimen organizado. ¿Será que todavía nos falta tocar un nuevo fondo?

Prensa Libre, 9 de septiembre de 2010.

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